viernes, 15 de agosto de 2014

10 días.

A estas alturas, la mayoría de los Spanadians están atando los últimos cabos, haciendo las gestiones que les quedan (la zorra asquerosa de Lydia, incluso tiene hecha la maleta) y yo... Yo, podríamos decir que apenas he empezado, es lo que tiene haber vuelto hace unas horas de unas geniales vacaciones en París.
En lugar de empezar con mi preciosa lista de cosas pendientes (cortesía de mi madre, como no podía ser de otra forma), me pongo a escribir. Porque sí, porque diva se nace y porque mi costra de empanado me impide agobiarme en exceso. O agobiarme, simplemente. Soy demasiado tranquila. Como diría mi padre, me muevo menos que el salario mínimo.
Y otra de mis innumerables cualidades es no desviarme nunca del tema del que estoy hablando. Se nota. Se siente. Bueno, ¿por dónde iba? Ah... Esto... Sí... QUE EN DIEZ DÍAS ME VOY A CANADÁ.
Esta entrada, sobre preparativos y cómo llevo el hecho de enfrentarme a esta aventura, podría hacerla más tarde, cuando ya estuviera instalada en mi nueva casa y todo fuera menos ajetreado. Pero en ningún caso sería lo mismo. Entonces ya no podría reproducir tan fielmente esas ganas de saltar y gritar cada noche, a las doce, cuando a la cuenta atrás el tiempo le roba un número. Y es que esta medianoche se despiden los números de dos cifras.
Y yo aún sin creérmelo. Yo aún sin asimilar que voy a irme al otro lado del charco y comenzar una nueva vida. Yo aún sin saber lo mucho que me va a cambiar esta experiencia. Yo aún con mucho por preguntar. Yo aún intentando no morir de un ataque de nervios. Yo aún detestando la idea de tener que despedirme. Yo aún aguardando llegar al hotel de Madrid y pasar dos días con otros 99 adolescentes hormonados. Yo aún paseando por mi pueblo ajena al hecho de que ese castillo y esa iglesia, con todas las casas blancas en sus faldas, van a desaparecer de mi vista. Yo aún abrazando a mi perro como solución a los problemas, sin saber lo poco que me queda para solo poder verlo en fotos. Y yo aún sin creérmelo.
El sabor agridulce de la partida, eso es lo que me queda. El aguantarme las lágrimas despidiendo a parte de mi familia mientras recibo entusiasmada las fotos de esa casa que será la mía casi un año. Decir hasta luego a unos, hola a otros tantos. Intentando llevarlo lo mejor posible, pero sin idea alguna de cómo.
Dejando un poco atrás los rollos melancólicos mezclados con las ganas locas de orgí... Digo, de conocer a los becados, voy a hablaros un poco de mi familia. ¡Que sí, me la dieron en junio! ¡Alguien me quiere! De hecho, tuve que cambiarme y todo. Ay, lo que no le pase a Ramone... No quiero entrar mucho en detalles, pero la situación de la primera familia que me asignaron era algo compleja, no la consideraba adecuada y conseguí el cambio.
Ahora viviré en Port Hawkesbury (sin ni siquiera saber pronunciarlo correctamente), un pueblecito de unos 4000 habitantes con un matrimonio sin hijos, los MacDonald. ¡Y voy a tener conmigo a una chica brasileña! Eso resuelve una de mis mayores inquietudes, con quién sentarme el primer día en el comedor. Que parece que no, pero vaya drama... Mi instituto tiene una pinta buenísima, y hay muchas asignaturas que suenan geniales, quién me diría a mí hace unos meses que iba a empezar un curso con ganas...
Creo que no me dejo nada en el tintero (teclado). Como último apunte, hay por ahí un tonto que dice que lo odio, y lo único que le pasa es que aún no tiene idea de lo mucho que lo quiero.
Tras esta pequeña gran cursilada para dejar una mente tranquiliTA, me despido.
¡Adiós, amiguitos!