sábado, 18 de octubre de 2014

Historia de una estrella.

Allí estaba, sola, sumida en la oscuridad. Siempre había sido así, no había otra realidad que conociera. Desde que tenía memoria, todo permanecía exactamente igual, sin perturbación alguna. Aunque quizás todo no sea la palabra más adecuada, teniendo en cuenta que lo que la rodeaba era la nada. Todo lo que alcanzaba a ver era eso... Nada. Oscuridad y quietud llevadas al extremo.
Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba viva, quién era o cómo había llegado hasta allí. Ni siquiera entendía el concepto tiempo. Los horarios no hacen falta cuando no tienes con qué rellenarlos. No necesitas organizar una vida basada en... Bueno, aquella vida ni siquiera tenía una razón para seguir adelante. Aunque ya no tengo claro tampoco si debería usar ese término: fuera lo que fuese aquello, jamás lo llamaría vida.
En este contexto, a ella solo le quedaba su mente. Pensaba, y cada tema conectaba con el siguiente de una manera natural y fluida, como una nota encaja con la siguiente dentro de una composición para piano, de esas tan perfectas que cuesta creer que las haya podido crear un humano. Pero ella no sabía de música, tan siquiera había oído nunca un mísero ruido.
Reflexionaba sobre sí misma y sobre si habría alguna otra como ella en aquel lugar. A veces le parecía que, en la lejanía, se distinguían puntos de luz. Pero pronto desechaba esa idea. "Otras estrellas, qué locura. Estás sola, y siempre lo estarás. Cuanto antes lo asumas, mejor." Su parte realista, siempre tan cruel y desconsiderada.
Llegó un momento en el que se cansó de esperar, y comenzó a brillar como nunca lo había hecho antes. Era la única forma de captar la atención de quien quiera que sea que pudiera habitar allí, si es que había alguien. Cada vez irradiaba más y más luz, pero el Universo no hacía más que devolverle más y más oscuridad.
A pesar de todo el empeño que puso en esa tarea y de todo lo que se esforzó, no consiguió cambiar nada, sintió que había perdido el juicio. Toda aquella batalla estaba acabando con ella, la mataba poco a poco sin que pudiera impedirlo. Se negaba a admitirlo, pero se moría, sentía como se le agotaba la energía. Aquel intento desesperado de comunicación le estaba costando la vida, y nadie estaba allí para verlo, para escuchar qué tenía que decir.
Y aquí estoy yo, al amparo de la noche, observándola, intentando de alguna forma conectar con ella, porque a ras de suelo nadie me entiende. Y porque me parece preciosa. Pero ella ya hace mucho que se convirtió en lo que siempre había odiado. Oscuridad. Soledad. Quietud.
Harta de intentar hacerse notar, de tratar de dar lo mejor de sí misma sin recibir nada a cambio, explotó. Aunque eso a nadie le ha importado nunca. Su muerte fue el más precioso y triste espectáculo jamás visto. Y no podría usarse una expresión más acertada, porque a él no asistió un solo espectador.
Pero, yo... Yo la veo aún viva, brillante, majestuosa. Su imagen hace millones de años es lo que llega a mis ojos. Es ahora, muerta, cuando se la reconoce. Nuestra distancia la ha hecho ser como esos grandes genios que saltan a la fama cuando ya no pueden disfrutar de ella.
Supongo que le hubiera gustado saber que no estaba sola, que millones de hermanas la acompañan en el cielo, y que alguien la quería. Yo la quiero, y ronda mis pensamientos bastante a menudo. Me gusta apodarla van Gogh.
PD: Aquí estoy, otra vez con una entrada en la que NO hablo de Canadá. Os doy permiso para que me mandéis a tomar por culo, pero es de sobra conocido que me encanta escribir sobre estrellas. De verdad, que sí, que en la próxima cuento todo lo que ha pasado desde que llegué.
Por otra parte, no me gustaría terminar sin saludar a Eduardo. ¡Me hizo mucha ilusión saber que me lees, me lo comentó Joaquín!
Y con esto me parece que, por hoy, todo queda dicho. ¡Adiós, amiguitos!

domingo, 14 de septiembre de 2014

A veces...

"A veces, y el sueño es triste, 
en mis deseos existe 
lejanamente un país 
donde ser feliz consiste
solamente en ser feliz." 
A veces, me apetece compartir lo que llevo dentro a través de este blog. 
Pero, a veces, estoy cansada de pantallas, de electrónica y de depender de la puta conexión, de internet. 
A veces, solo necesito papel, bolígrafo, esa caprichosa imaginación, que tan pronto me embriaga como me abandona, y tiempo.
A veces, quiero olvidarme del estrés, de que si mi teléfono vibra es porque hay gente al otro lado. 
A veces, me basto conmigo misma y mis pensamientos. Altos, bajos, alegrías, depresiones. Angustia y ansia de libertad. Decepción y amor hacia la especie a la que pertenezco. 
A veces, tengo la necesidad que mis pequeñas grandes locuras crucen la distancia que separa mi mente de la de cualquier otro individuo, tanto como si es un centímetro, como si son años-luz, y aniden en su memoria. 
A veces, quiero crear conciencia, que cada persona tome nota del gran regalo que supone estar vivo, y de que tiene que amar a cada ser de esta, cada vez, para nuestra desgracia, menos salvaje madre Naturaleza, como a sí mismo. 
A veces, solo necesito oír, leer, sentir un: "te escucho", y gritar. Gritar no a la injusticia, a la crueldad, al poder. Gritar que solo quiero una humanidad libre. 
A veces, por mi cabeza pasa que es la Tierra la única que me comprende, la que más sufre, y a la que menos atención prestamos. Y que la quiero, la quiero con toda mi alma. Porque sin ella, no sería nada. Nadie lo sería. 
A veces, en cambio, creo que desvarío, que no sé nada, que no merece la pena lo que hago, digo, siento. 
A veces, la vida me pisotea, me desprecia, no quiere saber de mí. De mí, que solo intento quererla, porque es lo más parecido a lo infinito que tengo. No es eternidad, pero sí mi eternidad. 
A veces, necesito desaparecer casi tanto como respirar, no estar para nadie, que nadie esté para mí. Buscando soledad y calma dentro de un sistema obsesionado con cumplir horarios, contentar a las masas, estar dentro del estándar, atarse a una rutina y a la seguridad que esta aporta. De un sistema agitado y caótico que se ha olvidado de que nacimos para vivir. No para poseer, no, no me importan vuestras últimas compras, me importa que el Sol vuelva a aparecer cada mañana en el horizonte. Me importa ser feliz. Me importa vivir.
A veces vomito prosa y ansío conectar como lo hacen los grandes, aquellos que con simples palabras pueden alterar lo que había sido el mundo de su lector u oyente hasta ese momento. Aquellos que movilizan masas. Los que, a través de la conexión con sus iguales, eliminan alguna de las múltiples cadenas que hoy nos oprimen.
A veces gasto mi tiempo así, aquí, y me desahogo. 
Y, a veces, tú gastas el tuyo (¡y eso que jamás vas a recuperarlo!), leyéndome e introduciéndote en el más sucio rincón de mi negro corazón. Gracias.
En cursiva, dando inicio a la entrada, la primera estrofa de un poema del genial Fernando Pessoa.
PD: que sí, que algún día hablaré de Canadá, pero quizás este sitio desate mi inspiración, y yo no soy nadie para rechazarla.
¡Adiós, amiguitos!


viernes, 5 de septiembre de 2014

Recuerdos.

Se supone que esta entrada iba a ir sobre mi host family y mis primeros días en Canadá. Pero, últimamente (quien dice últimamente dice en este mes), he tenido un par de arrebatos de, digamos, inspiración, o quizás solo sea que he abusado de la droga. Vale, sí, la segunda opción es la más creíble, no sé a quién pretendo engañar. Bueno, vayamos al lío.
Este verano ha sido especial, muy especial. Praga, Campus Científico en Granada (y fiesta en Prado Negro), París y, antes de aterrizar aquí, dos días en la capital. Fueron, realmente, estos últimos los que me hicieron parar a reflexionar. Sobre vivencias. Sobre personas. Sobre recuerdos.
Llevo desde aquel 28 de marzo hablando con muchos de los becados. Así que, el día que por fin iba a conocer a todos a los que no había visto antes estaba, como poco, de los nervios y con unas ganas infinitas de poder abrazarlos. Pero solo tuvimos dos días, los cuales fueron algo así como un abrir y cerrar de ojos.
Y con muchos, inevitablemente, terminas pronunciando esa frase, la frase que no puede faltar en este tipo de despedidas, del estilo "tenemos que volver a vernos" o "¡hay que quedar!". Seamos sinceros, somos 100 personas repartidas a lo largo y ancho de España, las posibilidades de volver a ver a la mayoría, dejémoslo en que no son precisamente altas. Y esto, de primeras, es muy duro de asimilar.
Porque, sí, has estado físicamente con ellos muy poco tiempo, pero son incontables las noches de conversación (y debate), los hangs, las risas, las tonterías, el apoyo mutuo que solo puede llegar de alguien que está pasando justo por lo mismo que tú. Son parte de tu vida diaria, y los quieres.
Traté de darle la vuelta a algo que te deprime tanto como pensar en lo impotente que te hace la distancia. Esto es parte de la vida, queramos o no. Hay gente que está en la tuya mucho tiempo, otros solo han pasado 48 horas contigo en un hotel y no los vas a volver a ver. Nada sería tan intenso si no supiéramos que se va a agotar. Cada vez que pestañeas, una realidad muere para que otra pueda nacer. Nada es exactamente igual que hace un segundo. Ahora, mientras lees esto, el Universo cambia (y tú pierdes el tiempo leyéndome, indecente).
Y aquí es donde entran en juego los recuerdos, todo lo que vives es irrepetible, nada pasa exactamente igual dos veces. Es, a su manera, mágico.
Lo que me queda de este verano es atesorar recuerdos. Recuerdos de lugares con un encanto que no sería capaz de describir, pero sobre todo, recuerdos con personas. Y tengo que guardarlos en cajones de la memoria diferentes.
Porque Ohana volverá a liarla parda en solo unos meses, Paquito tiburón volverá a ser aclamado por un grupo de borrachos y las Martínez volverán a largar de todo ser vivo cualquier noche. Pero, sin embargo, no creo que Granada vuelva a vernos a Elisa y a una servidora berrear Senyor pirotècnic mientras corremos como posesas, ni a los físicos vacilando a cualquiera que se les ponga por delante (somos mentes superiores, nada más), ni al baile de la fruta y tampoco creo que La Ramona despunte de nuevo entre los éxitos de los buses de la ciudad nazarí.
El personal del NH Parque Avenidas no va a tener que volver a aguantar a los Spanadians (sobre todo los aplausos y carcajadas de la mesa de los popus), y todo ese miedo compartido no va a volver a darse. No voy a volver a escuchar muchas risas contagiosas, ni tampoco alguna que otra gran voz. No va a haber más fotos de familia.
Por eso es que hablaba de un verano especial, por eso es que intento guardar cada detalle. Será que en un futuro quiero ser ese tipo de señora mayor que cuenta batallitas a cualquiera que se preste a escucharla. O quizás simplemente sea que sufro la morriña de estar lejos de casa.
En cualquier caso, volveréis a oír (leer) de mí.
¡Adiós, amiguitos!

lunes, 1 de septiembre de 2014

El principio.

Todo lo dicho aquí hasta ahora (aquí o en cualquier sitio), todo, ha sido sobre papel mojado. Ha servido, quizás, como desahogo entre becados, y como explicación hacia el resto del Universo. Pero papel mojado. Sin más.
"¿Por cuánto tiempo te vas? ¿Te quedas con una familia o en una residencia? ¿Te convalidan el curso? ¿Qué asignaturas vas a dar? ¿Cuáles son las temperaturas normales allí?..." Llevo meses contestando a esta clase de preguntas, resolviendo cualquier tipo de duda a familiares, amigos o curiosos en general, como si tuviese todo muy claro, como si estuviera tremendamente segura de esto que acabo de hacer.
Pero, sinceramente, ahora mismo tengo la sensación de no saber nada, de que todo ese miedo que no tenía haya venido en tromba, de haberme quedado para mí las dudas ya resueltas de cara al público. Y es que por primera vez estoy escribiendo en el blog desde el otro lado*. Sí, es tan jodidamente acojonante como suena. Sin suavizar.
Estoy aquí. Aquí. En Canadá. Asombrada, como poco, de la magnitud de esta hazaña que acabo de comenzar. Parece que fue ayer cuando Sevilla me vio llorar de alegría por haberlo logrado. Pero no, no fue ayer. Fue hace más de cinco meses.
Parece que al tiempo le guste jugar al despiste, ser diente de león y volar sin que puedas hacer nada para atraparlo y, cuando le apetezca, pararse. Y no negocia. Le gusta sentirse poderoso, tenernos a sus pies.
Cuando escribo en este plan me da la sensación de que parezco una yonki colocada (¡Zasca! ¡A la mierda la lírica!), así que, hablemos de lo que mola.
Os sitúo: 24 de agosto por la noche. Todas las despedidas finiquitadas y el drama superado. Paloma vs maleta, la batalla definitiva. Todo tan apretado como las lorzas de una choni cualquiera en un vestido de plástico que simula cuero cualquiera en un viernes de botellona cualquiera. Vosotros me entendéis. Pero, al fin y al cabo, terminado.
La gente normal y con sangre en las venas no pudo dormir. Yo con sueño puedo dormir aunque hayan tirado una bomba en el edificio de al lado. Ventajas de ser un empanado (con el cambio de género no quedaba tan guay, lo siento).
Lunes 25. Despertador sonando a las seis de la mañana. No me gusta que me levanten temprano ni para esto. Mala hostia mañanera mezclada con mi madre al borde de un ataque de nervios. La cremallera de mi mochila decide que no quiere vivir. Fiesta. Ya en la estación, decir adiós a mamá y saludar, por fin, al resto de gaditanos. Y ver a Gonzalo llorar y reírme de él.
El viaje en tren hubiera sido mucho mejor con todos en el mismo vagón, pero mis deambulaciones en busca de conversación tampoco estuvieron tan mal. Ni que casi nos echaran del vagón restaurante por el ruido. Gaditadians facts.
De los dos días en Madrid podría pasarme siglos escribiendo. Pero solo voy a dar las gracias a cada becado por el buen rollo y por hacerlos inolvidables. Así da gusto, sois enormes. No con cualquiera se hace tan genial ese puente entre la vida antigua y la nueva. Gracias.
He de hacer mención especial a las caras de la gente que nos conocía a Nirvi y a mí cuando les dijimos que estábamos juntas en la habitación. Y todos los: "No, no puede ser. La que vais a liar... ¡Qué potra tenéis!" Dejadlo, somos divas y ya.
Me quedo con dos anécdotas. El "¿esto no es demasiado grande para metérselo en la boca?" y la cara tan dura que tuvimos Alv y yo al emparejarnos cuando pidieron que lo hiciéramos con alguien a quien no conociéramos. Otro par de divos.
El viaje, tan cansado como se imagina. Ocho horas y media entre Madrid y Toronto, más la espera en el aeropuerto más, por último, el vuelo hasta Halifax.
Y como esto está empezando a ser largo y supongo que aburrido para los lectores, hablaré de mi familia y mi pueblo pronto, muy pronto. Y también haré un hueco más grande a los Amancioners.
¡Adiós, amiguitos!
*Es por esta canción que me gusta llamar a Canadá el otro lado, aunque realmente este aún ande lejos. Y es que hay penas que solo pueden curarse aquí. Pero este, ya sí que sí es otro tema.



viernes, 15 de agosto de 2014

10 días.

A estas alturas, la mayoría de los Spanadians están atando los últimos cabos, haciendo las gestiones que les quedan (la zorra asquerosa de Lydia, incluso tiene hecha la maleta) y yo... Yo, podríamos decir que apenas he empezado, es lo que tiene haber vuelto hace unas horas de unas geniales vacaciones en París.
En lugar de empezar con mi preciosa lista de cosas pendientes (cortesía de mi madre, como no podía ser de otra forma), me pongo a escribir. Porque sí, porque diva se nace y porque mi costra de empanado me impide agobiarme en exceso. O agobiarme, simplemente. Soy demasiado tranquila. Como diría mi padre, me muevo menos que el salario mínimo.
Y otra de mis innumerables cualidades es no desviarme nunca del tema del que estoy hablando. Se nota. Se siente. Bueno, ¿por dónde iba? Ah... Esto... Sí... QUE EN DIEZ DÍAS ME VOY A CANADÁ.
Esta entrada, sobre preparativos y cómo llevo el hecho de enfrentarme a esta aventura, podría hacerla más tarde, cuando ya estuviera instalada en mi nueva casa y todo fuera menos ajetreado. Pero en ningún caso sería lo mismo. Entonces ya no podría reproducir tan fielmente esas ganas de saltar y gritar cada noche, a las doce, cuando a la cuenta atrás el tiempo le roba un número. Y es que esta medianoche se despiden los números de dos cifras.
Y yo aún sin creérmelo. Yo aún sin asimilar que voy a irme al otro lado del charco y comenzar una nueva vida. Yo aún sin saber lo mucho que me va a cambiar esta experiencia. Yo aún con mucho por preguntar. Yo aún intentando no morir de un ataque de nervios. Yo aún detestando la idea de tener que despedirme. Yo aún aguardando llegar al hotel de Madrid y pasar dos días con otros 99 adolescentes hormonados. Yo aún paseando por mi pueblo ajena al hecho de que ese castillo y esa iglesia, con todas las casas blancas en sus faldas, van a desaparecer de mi vista. Yo aún abrazando a mi perro como solución a los problemas, sin saber lo poco que me queda para solo poder verlo en fotos. Y yo aún sin creérmelo.
El sabor agridulce de la partida, eso es lo que me queda. El aguantarme las lágrimas despidiendo a parte de mi familia mientras recibo entusiasmada las fotos de esa casa que será la mía casi un año. Decir hasta luego a unos, hola a otros tantos. Intentando llevarlo lo mejor posible, pero sin idea alguna de cómo.
Dejando un poco atrás los rollos melancólicos mezclados con las ganas locas de orgí... Digo, de conocer a los becados, voy a hablaros un poco de mi familia. ¡Que sí, me la dieron en junio! ¡Alguien me quiere! De hecho, tuve que cambiarme y todo. Ay, lo que no le pase a Ramone... No quiero entrar mucho en detalles, pero la situación de la primera familia que me asignaron era algo compleja, no la consideraba adecuada y conseguí el cambio.
Ahora viviré en Port Hawkesbury (sin ni siquiera saber pronunciarlo correctamente), un pueblecito de unos 4000 habitantes con un matrimonio sin hijos, los MacDonald. ¡Y voy a tener conmigo a una chica brasileña! Eso resuelve una de mis mayores inquietudes, con quién sentarme el primer día en el comedor. Que parece que no, pero vaya drama... Mi instituto tiene una pinta buenísima, y hay muchas asignaturas que suenan geniales, quién me diría a mí hace unos meses que iba a empezar un curso con ganas...
Creo que no me dejo nada en el tintero (teclado). Como último apunte, hay por ahí un tonto que dice que lo odio, y lo único que le pasa es que aún no tiene idea de lo mucho que lo quiero.
Tras esta pequeña gran cursilada para dejar una mente tranquiliTA, me despido.
¡Adiós, amiguitos!



domingo, 15 de junio de 2014

Un día más es un día menos.

Esta  frase siempre me ha llamado mucho la atención. Un día más es un día menos. Y es que es completamente cierto. Cuando quieres que pase el tiempo rápido, cuando tienes marcada una fecha a fuego, hasta ese día parece olvidarse que en el camino se queda tiempo que no vas a recuperar, que, si no lo aprovechas tú, nadie va a hacerlo y que la vida no es solo grandes momentos, la vida es el día a día y los pequeños detalles.
Este tema sobre el que tanto he pensado intensifica su significado cuando quedan algo menos de dos meses y medio para que mi vida dé un cambio brutal. Tengo ganas, tengo muchísimas ganas de Madrid, de poder abrazar a tantas personas tan geniales, de cantar con ellos, de reírnos juntos... Las tengo, también, de conocer un nuevo país, de las quedadas en Nueva Escocia, de enriquecerme a través de miradas diferentes, y es que voy a intentar entender otra forma de ver el mundo. ¡Y de extender la revolución, tengo ganas de extender la revolución! Por eso, nunca he deseado que pase un verano tan rápido como quiero que lo haga este.
Pero, ya se sabe, la moneda siempre tiene otra cara. El viernes fue mi último día en mi instituto, y nunca me han gustado las despedidas, menos aún si tus profesores te hacen llorar, hablan de lo mucho que van a echarte de menos y te abrazan. Y esto es solo el principio, hay muchas personas a las que les voy a tener que decir, no adiós, sino "hasta luego". Ya lo decía Tahures Zurdos versionando a Bowie:
"Todos los gordos, flacos;
todos los altos, bajos.
Y todos los don nadie,
y los que fueron alguien...
No creí que amara a tanta gente"
No, no tampoco creí que amara a tanta gente, no hasta que me he parado a pensar en todo lo que voy a echar de menos durante diez meses. Y, bueno, no solo a personas, también situaciones y lugares. 
Voy a añorar el calor asfixiante de mi pueblo y esos días en el que la calle guarda bastantes similitudes con el desierto, pero también quejarme por haber llegado a los cero grados. Va a ser duro estar tanto tiempo sin pasar tardes en el parque o la piscina o noches inolvidables de borracheras, sin paseos por el campo con mis perros o sin visitar la ciudad que me ha visto crecer y de la que estoy enamorada, Sevilla. 
Y, bueno, no con respecto a qué sino respecto a quién voy a echar de menos... Eso da tema para otra entrada. Sin nada más que decir por hoy me despido: ¡adiós, amiguitos! 


martes, 29 de abril de 2014

Y lo logré.

Como lo prometido es deuda, vengo aquí a hablar de mi libro. Bueno, o a eso, o a daros la explicación racional que debo, a contaros cómo y por qué cruzaré el charco. Como soy una loca y una innovadora, empezaré por el principio.
Era julio (creo) y estaba pasando unos días con mi prima en el pueblo de su familia paterna, en la sierra de Huelva. Para combatir el calor infernal, decidimos ir a la piscina. Allí, hablando del instituto, las notas y demás cosas de empollonas, me comentó que Amancio Ortega daba una beca para estudiar en Canadá primero de bachillerato, y la cual yo cumplía las condiciones para solicitar.
Yo, desde el primer momento lo vi imposible, a menos que subiera mucho mi nivel de inglés. Me propuse hacer de todo: dar clases particulares, ver más series y películas y leer en versión original, atender en el instituto durante las horas de inglés (cosa que no había hecho nunca)... Pero eso sí, lo dejé para empezar en setiembre, demasiado trabajo para verano.
Llegó este mes y, bueno... Postergué las clases particulares, me vi cuatro o cinco películas, leí dos capítulos de un libro y atendí en clase, a lo sumo, la primera semana. Resultó no ser solo demasiado trabajo para verano, sino demasiado trabajo para alguien tan inconstante como la que hoy os escribe.
Sin pena ni gloria (eso sí, con mucho estrés) pasaron el primer trimestre y Navidades. Si mi memoria de Dory no me falla, eché la solicitud a finales de enero. Sinceramente, estaba prácticamente segura de haber pasado el primer corte.
Nos plantamos ya en San Valentín, día en el que a las doce de la mañana salía la lista de preseleccionados. Era viernes, y yo estaba en la clase de Historia, mirando a cada minuto el móvil, esperando un mensaje de mi madre. A y diez, al fin, me lo mandó. Recuerdo perfectamente aquel "Preseleccionada!!!". Abracé a Paula, sentada a mi lado, e informé a mis mejores amigos y a los profesores que estimé oportuno. Lo siguiente, el examen escrito.
Fue un lunes, el 24 de febrero, a las cuatro de la tarde, en un hotel de Sevilla. Ese día convencí a mi madre para no ir al instituto y quedarme estudiando, ya que esa sería mi única preparación. Recuerdo llegar veinte minutos antes de lo que debiera, y tener que correr por la calle, se nos habían olvidado los paraguas. Ya en la sala en la que nos examinaron, hablé un rato con mi prima (también preseleccionada) y las chicas sentadas cerca suya. Los presentes nos miraban como si estuviésemos locas (ya ves tú qué tontería, loca yo...)
El examen me pareció dificilísimo y largo, muy largo. El chico que tenía al lado se dedicaba a alejar su hoja de respuestas de mí, parecía seguro de que yo quería copiarme, y me resultaba bastante gracioso.
Salí de allí convencida de que no estaba entre los 300, y esperando que al menos mi prima y dos amigas que también se presentaban, sí lo hicieran (Nirvi, María, guapas).
Se me hicieron interminables los días hasta la publicación de la segunda lista, el 10 de marzo, el lunes después del carnaval de mi pueblo, que se había tomado como fiesta local, así que estaba nerviosa en casa frente al ordenador, aunque, por supuesto, con mi pesimismo por bandera.
No sabía si quería mirar. Me paré primero en el apellido "Martínez", buscando a mi prima. No la encontré. "Si ella no ha pasado, yo tampoco", eso pensaba mientras bajaba hasta "Morilla". Pero allí estaba mi nombre, un paso más cerca de Canadá. Y dos puestos más arriba, el de Natalia. Acto seguido me lamenté por tampoco encontrar el de María. Durante esa mañana, felicitaciones, felicitaciones everywhere.
Solo quedaba una barrera que atravesar, y qué barrera... Una exposición oral de tema libre vía Skype, y varias preguntas tras esta. Le di muchísimas vueltas a sobre qué hablar, y me decanté por una de mis pasiones: la Historia. Mi tema, la mujer durante la Segunda República, la guerra civil y la posguerra. Así, sin complicarme la vida ni nada.
La prueba estaba fechada el jueves 20 de marzo, y los examinadores deberían haberme llamado a las 17:24. Se retrasaron más de diez minutos, y yo por poco infarto en la espera. Estaba nerviosísima, pero me fue bien. Aún así, seguía convencida de que mi suerte no podía dar más de sí.
Ocho días tuve que esperar hasta saber mi futuro. Ocho días hasta aquel viernes en que, en la sala de espera de mi dentista, que acababa de quitarme la muela del juicio, en una tablet prestada, me descargara la última lista, la definitiva.
No fue hasta las doce y seis minutos (imaginaos qué seis minutos) que apareció en la pantalla "Lista de seleccionados y lista de espera". Miré a mi madre y pinché. El camino que separaba a la A y la M me dio para pensar en todo y en nada en unos pocos segundos. Y allí estaba yo, sin creérmelo. "Morilla Martínez, Paloma del Carmen".
Cuando mi madre, su pareja y yo empezamos a gritar y abrazarnos, la cara de la gente en la sala de espera era un poema. Mi madre no tardó en aclarar "Que le han dado una beca a mi hija, que se va un año a Canadá", mientras lloraba. Encendí el móvil y comencé a mandar whatsapps como si no hubiera mañana. Llamé a mi padre, que no me lo cogió, y a mi hermano. Fue un día inolvidable de mensajes con la enhorabuena y dolor de muelas. Sobre todo dolor de muelas.
Y así es como una retrasada cualquiera logró una beca. A partir de ese día pasaron millones de cosas, que poco a poco contaré. La más importante es el haber conocido a un grupo genial de depravados sexuales que compartirán conmigo esta aventura (aka Amancioners, birches, Spanadians 2.0...), a los que doy miles de gracias por ser tan geni(t)ales, aunque no me adelanto, que la entrada de agradecimientos la subiré pronto.
¡Adiós, amiguitos!

jueves, 17 de abril de 2014

Somos como las estrellas.

Somos como las estrellas. Así, dicho a bote pronto, sin anestesia ni nada, parece una locura. Y quizás lo sea, pero puede que, si os lo explico, llegue a tener incluso sentido para vosotros. O, bueno, sigáis pensando que necesito tratamiento en un psiquiátrico (y lo más probable es que llevéis razón). En fin, continúo con lo mío, que empiezo a irme por los cerros de Úbeda.
En primer lugar, en el cielo, tenemos a esas estrellas que brillan mucho y son muy grandes, esas a las que más atención prestamos. Lo más curioso es que puede que sean insignificantes y lo más probable es que carezcan de importancia para el resto del Universo, pero nuestro cielo no sería lo mismo sin ellas. Las vemos tan grandes y nos iluminan tanto porque están cerca. 
Estas estrellas no son ni más ni menos, que nuestros grandes amigos y nuestra familia. Ellos no son importantes para el resto del mundo, pero son el nuestro. Por muy pequeños e insignificantes que sean en realidad, para nosotros son enormes. 
También ocurre el caso contrario, esas estrellas gigantes e importantes dentro de la configuración del espacio que no nos dicen nada, que vemos pequeñas y a las cuales no prestamos atención alguna. Pero, quizás, si nos parásemos y las observáramos, nos llenarían más que cualquiera que tenemos cerca. Son esas personas que forman tu día a día, son como los extras de la película que es tu vida, aquellos que podrían aportarte mucho más de lo que crees si los dejaras. 
Quizás mis estrellas favoritas, como las de casi todos, sean las fugaces. Esas que casi nunca vemos, que pasan un tiempo muy corto a nuestro lado, pero que son también las que no se olvidan. Estoy segura de que habéis tenido estrellas fugaces en vuestra vida. Personas que, en un período muy breve, dejaron una huella en vosotros más grande que la de cualquiera que lleva toda la vida ahí. No sé a vosotros, pero a mí me produce una gran melancolía esto de hablar de estrellas fugaces, porque sabes que no vuelven a pasar por tu cielo, por mucho que lo desees.
Por último, está esa estrella que no parece serlo, el Sol. La que tenemos tan cerca, la que necesitamos si queremos seguir adelante, la que nos da la vida y la que nos la puede quitar, a la vez. Esa que cuando está, todo es luz, y cualquier rastro de otra estrella desaparece sin más, esa alrededor de la cual gira nuestro mundo, y aquella que nos ilumina, incluso pudiéndonos llegar a quemar. Nuestro Sol no es ni más ni menos que la persona de la que estamos enamorados. 
Ya os lo dije, somos como las estrellas. Y supongo que leyendo esto, al igual que a mí escribiéndolo, se os habrán venido a la cabeza varias personas, para bien o para mal. 
Espero que ahora no consideréis una gran locura eso de que somos como las estrellas, o que al menos os haya entretenido o hecho pensar un rato esta tontería. Pero, por encima de todo, deseo que tengáis un Sol, y que este os ilumine con fuerza, porque la vida no es tan bonita si los días están nublados y, mucho menos, si vives en la oscuridad.
¡Adiós, amiguitos!

Presentación.

Tengo tantas y tan pocas cosas por contar que me resulta difícl escoger una para que sirva de inicio. Quizás lo mejor sea esto, simplemente, una presentación (¿Originalidad? ¿Eso se come o algo?).
Creé este blog el verano pasado, con una doble intención: la de desvariar y la de contar una historia. Una historia que de momento va a quedar aplazada, aunque es una idea que me gusta y no se me ha olvidado. De hecho, la cabecera (cosa esa que tenéis arriba) tiene bastante que ver con esta historia. Algún día la retomaré, lo prometo. 
El giro en el blog está directamente relacionado con el cambio más grande que ha habido hasta ahora en mis casi 16 años de vida (sí, soy una enana, pero una enana feliz, creo): a finales de agosto hago las maletas y cambio durante 10 meses mi pequeño y tranquilo pueblo de la serranía gaditana por Nueva Escocia, en Canadá. Así, de locos.
Todo esto tiene una explicación más o menos racional, pero esto es una presentación, no le pidáis peras al olmo (sobre todo si es un olmo deficiente mental, como yo).
En definitiva, lo de los desvaríos sigue en pie, lo de la historia se aplaza y el blog adquirirá también la función de contar mi experiencia como futura domadora de alces. 
Hasta pronto o hasta nunca, quién sabe. ¡Adiós, amiguitos!