martes, 29 de abril de 2014

Y lo logré.

Como lo prometido es deuda, vengo aquí a hablar de mi libro. Bueno, o a eso, o a daros la explicación racional que debo, a contaros cómo y por qué cruzaré el charco. Como soy una loca y una innovadora, empezaré por el principio.
Era julio (creo) y estaba pasando unos días con mi prima en el pueblo de su familia paterna, en la sierra de Huelva. Para combatir el calor infernal, decidimos ir a la piscina. Allí, hablando del instituto, las notas y demás cosas de empollonas, me comentó que Amancio Ortega daba una beca para estudiar en Canadá primero de bachillerato, y la cual yo cumplía las condiciones para solicitar.
Yo, desde el primer momento lo vi imposible, a menos que subiera mucho mi nivel de inglés. Me propuse hacer de todo: dar clases particulares, ver más series y películas y leer en versión original, atender en el instituto durante las horas de inglés (cosa que no había hecho nunca)... Pero eso sí, lo dejé para empezar en setiembre, demasiado trabajo para verano.
Llegó este mes y, bueno... Postergué las clases particulares, me vi cuatro o cinco películas, leí dos capítulos de un libro y atendí en clase, a lo sumo, la primera semana. Resultó no ser solo demasiado trabajo para verano, sino demasiado trabajo para alguien tan inconstante como la que hoy os escribe.
Sin pena ni gloria (eso sí, con mucho estrés) pasaron el primer trimestre y Navidades. Si mi memoria de Dory no me falla, eché la solicitud a finales de enero. Sinceramente, estaba prácticamente segura de haber pasado el primer corte.
Nos plantamos ya en San Valentín, día en el que a las doce de la mañana salía la lista de preseleccionados. Era viernes, y yo estaba en la clase de Historia, mirando a cada minuto el móvil, esperando un mensaje de mi madre. A y diez, al fin, me lo mandó. Recuerdo perfectamente aquel "Preseleccionada!!!". Abracé a Paula, sentada a mi lado, e informé a mis mejores amigos y a los profesores que estimé oportuno. Lo siguiente, el examen escrito.
Fue un lunes, el 24 de febrero, a las cuatro de la tarde, en un hotel de Sevilla. Ese día convencí a mi madre para no ir al instituto y quedarme estudiando, ya que esa sería mi única preparación. Recuerdo llegar veinte minutos antes de lo que debiera, y tener que correr por la calle, se nos habían olvidado los paraguas. Ya en la sala en la que nos examinaron, hablé un rato con mi prima (también preseleccionada) y las chicas sentadas cerca suya. Los presentes nos miraban como si estuviésemos locas (ya ves tú qué tontería, loca yo...)
El examen me pareció dificilísimo y largo, muy largo. El chico que tenía al lado se dedicaba a alejar su hoja de respuestas de mí, parecía seguro de que yo quería copiarme, y me resultaba bastante gracioso.
Salí de allí convencida de que no estaba entre los 300, y esperando que al menos mi prima y dos amigas que también se presentaban, sí lo hicieran (Nirvi, María, guapas).
Se me hicieron interminables los días hasta la publicación de la segunda lista, el 10 de marzo, el lunes después del carnaval de mi pueblo, que se había tomado como fiesta local, así que estaba nerviosa en casa frente al ordenador, aunque, por supuesto, con mi pesimismo por bandera.
No sabía si quería mirar. Me paré primero en el apellido "Martínez", buscando a mi prima. No la encontré. "Si ella no ha pasado, yo tampoco", eso pensaba mientras bajaba hasta "Morilla". Pero allí estaba mi nombre, un paso más cerca de Canadá. Y dos puestos más arriba, el de Natalia. Acto seguido me lamenté por tampoco encontrar el de María. Durante esa mañana, felicitaciones, felicitaciones everywhere.
Solo quedaba una barrera que atravesar, y qué barrera... Una exposición oral de tema libre vía Skype, y varias preguntas tras esta. Le di muchísimas vueltas a sobre qué hablar, y me decanté por una de mis pasiones: la Historia. Mi tema, la mujer durante la Segunda República, la guerra civil y la posguerra. Así, sin complicarme la vida ni nada.
La prueba estaba fechada el jueves 20 de marzo, y los examinadores deberían haberme llamado a las 17:24. Se retrasaron más de diez minutos, y yo por poco infarto en la espera. Estaba nerviosísima, pero me fue bien. Aún así, seguía convencida de que mi suerte no podía dar más de sí.
Ocho días tuve que esperar hasta saber mi futuro. Ocho días hasta aquel viernes en que, en la sala de espera de mi dentista, que acababa de quitarme la muela del juicio, en una tablet prestada, me descargara la última lista, la definitiva.
No fue hasta las doce y seis minutos (imaginaos qué seis minutos) que apareció en la pantalla "Lista de seleccionados y lista de espera". Miré a mi madre y pinché. El camino que separaba a la A y la M me dio para pensar en todo y en nada en unos pocos segundos. Y allí estaba yo, sin creérmelo. "Morilla Martínez, Paloma del Carmen".
Cuando mi madre, su pareja y yo empezamos a gritar y abrazarnos, la cara de la gente en la sala de espera era un poema. Mi madre no tardó en aclarar "Que le han dado una beca a mi hija, que se va un año a Canadá", mientras lloraba. Encendí el móvil y comencé a mandar whatsapps como si no hubiera mañana. Llamé a mi padre, que no me lo cogió, y a mi hermano. Fue un día inolvidable de mensajes con la enhorabuena y dolor de muelas. Sobre todo dolor de muelas.
Y así es como una retrasada cualquiera logró una beca. A partir de ese día pasaron millones de cosas, que poco a poco contaré. La más importante es el haber conocido a un grupo genial de depravados sexuales que compartirán conmigo esta aventura (aka Amancioners, birches, Spanadians 2.0...), a los que doy miles de gracias por ser tan geni(t)ales, aunque no me adelanto, que la entrada de agradecimientos la subiré pronto.
¡Adiós, amiguitos!

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