sábado, 18 de octubre de 2014

Historia de una estrella.

Allí estaba, sola, sumida en la oscuridad. Siempre había sido así, no había otra realidad que conociera. Desde que tenía memoria, todo permanecía exactamente igual, sin perturbación alguna. Aunque quizás todo no sea la palabra más adecuada, teniendo en cuenta que lo que la rodeaba era la nada. Todo lo que alcanzaba a ver era eso... Nada. Oscuridad y quietud llevadas al extremo.
Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba viva, quién era o cómo había llegado hasta allí. Ni siquiera entendía el concepto tiempo. Los horarios no hacen falta cuando no tienes con qué rellenarlos. No necesitas organizar una vida basada en... Bueno, aquella vida ni siquiera tenía una razón para seguir adelante. Aunque ya no tengo claro tampoco si debería usar ese término: fuera lo que fuese aquello, jamás lo llamaría vida.
En este contexto, a ella solo le quedaba su mente. Pensaba, y cada tema conectaba con el siguiente de una manera natural y fluida, como una nota encaja con la siguiente dentro de una composición para piano, de esas tan perfectas que cuesta creer que las haya podido crear un humano. Pero ella no sabía de música, tan siquiera había oído nunca un mísero ruido.
Reflexionaba sobre sí misma y sobre si habría alguna otra como ella en aquel lugar. A veces le parecía que, en la lejanía, se distinguían puntos de luz. Pero pronto desechaba esa idea. "Otras estrellas, qué locura. Estás sola, y siempre lo estarás. Cuanto antes lo asumas, mejor." Su parte realista, siempre tan cruel y desconsiderada.
Llegó un momento en el que se cansó de esperar, y comenzó a brillar como nunca lo había hecho antes. Era la única forma de captar la atención de quien quiera que sea que pudiera habitar allí, si es que había alguien. Cada vez irradiaba más y más luz, pero el Universo no hacía más que devolverle más y más oscuridad.
A pesar de todo el empeño que puso en esa tarea y de todo lo que se esforzó, no consiguió cambiar nada, sintió que había perdido el juicio. Toda aquella batalla estaba acabando con ella, la mataba poco a poco sin que pudiera impedirlo. Se negaba a admitirlo, pero se moría, sentía como se le agotaba la energía. Aquel intento desesperado de comunicación le estaba costando la vida, y nadie estaba allí para verlo, para escuchar qué tenía que decir.
Y aquí estoy yo, al amparo de la noche, observándola, intentando de alguna forma conectar con ella, porque a ras de suelo nadie me entiende. Y porque me parece preciosa. Pero ella ya hace mucho que se convirtió en lo que siempre había odiado. Oscuridad. Soledad. Quietud.
Harta de intentar hacerse notar, de tratar de dar lo mejor de sí misma sin recibir nada a cambio, explotó. Aunque eso a nadie le ha importado nunca. Su muerte fue el más precioso y triste espectáculo jamás visto. Y no podría usarse una expresión más acertada, porque a él no asistió un solo espectador.
Pero, yo... Yo la veo aún viva, brillante, majestuosa. Su imagen hace millones de años es lo que llega a mis ojos. Es ahora, muerta, cuando se la reconoce. Nuestra distancia la ha hecho ser como esos grandes genios que saltan a la fama cuando ya no pueden disfrutar de ella.
Supongo que le hubiera gustado saber que no estaba sola, que millones de hermanas la acompañan en el cielo, y que alguien la quería. Yo la quiero, y ronda mis pensamientos bastante a menudo. Me gusta apodarla van Gogh.
PD: Aquí estoy, otra vez con una entrada en la que NO hablo de Canadá. Os doy permiso para que me mandéis a tomar por culo, pero es de sobra conocido que me encanta escribir sobre estrellas. De verdad, que sí, que en la próxima cuento todo lo que ha pasado desde que llegué.
Por otra parte, no me gustaría terminar sin saludar a Eduardo. ¡Me hizo mucha ilusión saber que me lees, me lo comentó Joaquín!
Y con esto me parece que, por hoy, todo queda dicho. ¡Adiós, amiguitos!