viernes, 5 de septiembre de 2014

Recuerdos.

Se supone que esta entrada iba a ir sobre mi host family y mis primeros días en Canadá. Pero, últimamente (quien dice últimamente dice en este mes), he tenido un par de arrebatos de, digamos, inspiración, o quizás solo sea que he abusado de la droga. Vale, sí, la segunda opción es la más creíble, no sé a quién pretendo engañar. Bueno, vayamos al lío.
Este verano ha sido especial, muy especial. Praga, Campus Científico en Granada (y fiesta en Prado Negro), París y, antes de aterrizar aquí, dos días en la capital. Fueron, realmente, estos últimos los que me hicieron parar a reflexionar. Sobre vivencias. Sobre personas. Sobre recuerdos.
Llevo desde aquel 28 de marzo hablando con muchos de los becados. Así que, el día que por fin iba a conocer a todos a los que no había visto antes estaba, como poco, de los nervios y con unas ganas infinitas de poder abrazarlos. Pero solo tuvimos dos días, los cuales fueron algo así como un abrir y cerrar de ojos.
Y con muchos, inevitablemente, terminas pronunciando esa frase, la frase que no puede faltar en este tipo de despedidas, del estilo "tenemos que volver a vernos" o "¡hay que quedar!". Seamos sinceros, somos 100 personas repartidas a lo largo y ancho de España, las posibilidades de volver a ver a la mayoría, dejémoslo en que no son precisamente altas. Y esto, de primeras, es muy duro de asimilar.
Porque, sí, has estado físicamente con ellos muy poco tiempo, pero son incontables las noches de conversación (y debate), los hangs, las risas, las tonterías, el apoyo mutuo que solo puede llegar de alguien que está pasando justo por lo mismo que tú. Son parte de tu vida diaria, y los quieres.
Traté de darle la vuelta a algo que te deprime tanto como pensar en lo impotente que te hace la distancia. Esto es parte de la vida, queramos o no. Hay gente que está en la tuya mucho tiempo, otros solo han pasado 48 horas contigo en un hotel y no los vas a volver a ver. Nada sería tan intenso si no supiéramos que se va a agotar. Cada vez que pestañeas, una realidad muere para que otra pueda nacer. Nada es exactamente igual que hace un segundo. Ahora, mientras lees esto, el Universo cambia (y tú pierdes el tiempo leyéndome, indecente).
Y aquí es donde entran en juego los recuerdos, todo lo que vives es irrepetible, nada pasa exactamente igual dos veces. Es, a su manera, mágico.
Lo que me queda de este verano es atesorar recuerdos. Recuerdos de lugares con un encanto que no sería capaz de describir, pero sobre todo, recuerdos con personas. Y tengo que guardarlos en cajones de la memoria diferentes.
Porque Ohana volverá a liarla parda en solo unos meses, Paquito tiburón volverá a ser aclamado por un grupo de borrachos y las Martínez volverán a largar de todo ser vivo cualquier noche. Pero, sin embargo, no creo que Granada vuelva a vernos a Elisa y a una servidora berrear Senyor pirotècnic mientras corremos como posesas, ni a los físicos vacilando a cualquiera que se les ponga por delante (somos mentes superiores, nada más), ni al baile de la fruta y tampoco creo que La Ramona despunte de nuevo entre los éxitos de los buses de la ciudad nazarí.
El personal del NH Parque Avenidas no va a tener que volver a aguantar a los Spanadians (sobre todo los aplausos y carcajadas de la mesa de los popus), y todo ese miedo compartido no va a volver a darse. No voy a volver a escuchar muchas risas contagiosas, ni tampoco alguna que otra gran voz. No va a haber más fotos de familia.
Por eso es que hablaba de un verano especial, por eso es que intento guardar cada detalle. Será que en un futuro quiero ser ese tipo de señora mayor que cuenta batallitas a cualquiera que se preste a escucharla. O quizás simplemente sea que sufro la morriña de estar lejos de casa.
En cualquier caso, volveréis a oír (leer) de mí.
¡Adiós, amiguitos!

2 comentarios:

  1. Siemplemente perfecto, me encanta ramone escribes muy bien!!

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    1. Ay, mi Carmen, ¡muchas gracias! Pero de ser perfecto anda lejos, jajajaja.

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